Verás.
No me importa reconocerlo.
Tengo pluma.
Me regalaron una para la Primera Comunión que nunca usé… y ahora me he comprado otra.
El caso es que siempre me ha gustado la caligrafía, ya sabes el lettering de ahora (¡ay, esa manía de poner nombres nuevos a las cosas de siempre!).
Nada más recibirla, empecé a usarla… me decepcionó.
Parecía que no sabía escribir.
Pero no era la pluma.
Era yo.
Antes, para mi, escribir con pluma era sinónimo de cultura y estatus.
O eso creía.
Ahora, significa otra cosa.
Escribir con pluma requiere de técnica y de un cuidado especial:
sujetar la pluma con precisión, encontrar el ángulo correcto, aplicar la presión justa…
Solo así el plumín desliza con suavidad sobre el papel.
Una pluma es algo especial.
No la usas para hacer la lista de la compra.
La usas para firmar un contrato.
Para escribir en tu diario.
Para dejar algo que vale la pena conservar.
Escribir así requiere de paciencia y reflexión… y también de respeto.
¿Respeto?
Sí, respeto.
Cuando escribes, lo haces para alguien en el futuro.
Puedes ser tú… o alguien a quien no conozcas.
Si la escritura es descuidada, faltas el respeto a lo escrito y a quien lo leerá.
No les di importancia.
Escogí la prisa en lugar de la pausa.
El resultado rápido, en lugar de la atención.
Todos lo hemos hecho.
Luego, en el futuro, al ser leídas de nuevo, las palabras perdieron su sentido.
Crearon dudas.
O no se pudieron leer.
Cuidarnos, mental y físicamente, se parece a escribir con pluma.
Nos cuidamos para estar bien con nosotros.
Para cuidar a los que tenemos cerca.
Para ser los que ayudan… y no los ayudados.
Escribes para el futuro.
Entrenas para el futuro.
Pero es hoy cuando tomas la pluma y decides cómo escribirlo.
¿Qué historia vas a dejar escrita?
[Robert Brault]
Feliz semana.
Rober.
PD1: Cada historia empieza con una decisión. Elige formarte y escribe la tuya.
El siguiente capítulo comienza aquí.